Subir una montaña y lo que nos motiva a hacerlo es tan relativo e intangible que cuando me preguntan por qué lo hago, es difícil explicárselo a quien no lo ha hecho. Pero ahora que intento ponerlo en palabras, creo que la mejor respuesta sería por la satisfacción que te da la cima y por el aprendizaje (a punta de bastante sufrimiento y una que otra caída) que te deja el camino hacia ella, y claro, su descenso.
Es que a pesar de ser inhóspita por naturaleza, la montaña tiene algo que la hace especial, única. Esa inmensidad que nos hace sentir diminutas, el silencio y la paz, y el desafío de creer que podemos conquistarla, al menos una parte de ella. Eso fue lo que me atrajo del senderismo de montaña, y mis entrenamientos en el running fueron fundamentales para aventurarme cerro arriba.
El primer gran aprendizaje runner que llevé a la montaña fue el trabajo mental, sin duda el más importante a la hora de hacer una cumbre. Mientras en el running cuentan los kms, acá cada metro en ascenso se vuelve una desafío, al que muchas veces hay que sumar la falta de aire según la altura (en mi caso sobre 3000 ya lo siento). En lo físico, al trote le debo mi piernas fuertes, la agilidad para esquivar los obstáculos impredecibles que tiene la montaña y la capacidad cardiovascular de mis pulmones.
Pero de la montaña también saqué cosas para correr mejor . El senderismo me enseñó a manejar el equilibrio, a estar más alerta y más consciente de cada uno de mis movimientos; a ser más cautelosa, escuchar mi cuerpo y conectarme con el entorno. A olvidarme del ritmo que marca el reloj para sentir y respetar el ritmo de mi respiración que varía mientras subo y bajo, y a entender que acá los tiempos son solo números.
La montaña me ha hecho mejor corredora, demostrándome que gran parte de cumplir nuestros desafíos es pura cabeza y haciendo que pierda el miedo a metas que parecen imposibles. Llegar a una cima, sin importar cuan alta sea, mirar hacia abajo y ver que lo lograste es la mejor recompensa de una camino difícil, pero cargado de aprendizajes y nuevas perspectivas; de alguna forma todo se ve mejor y más claro desde arriba. La montaña es increíble, por eso a pesar del agotamiento físico y mental de conquistar su cima, siempre vuelvo a ella.