Para Asunción Duke 10k en plano pueden parecer eternos, en cambio 3 o 4 horas corriendo en el cerro se le pasan volando. Disfrutar del paisaje, de los cambios de ritmo y de la compañía de sus amigos de ruta fueron los factores claves que la hicieron enfocarse ciento por ciento en las carreras de trail o montaña.Asunción hoy es parte del grupo Animal Trail y embajadora de la marca Lafuma, y juntó a ellos preparó su desafío más importante hasta ahora: 84k en Patagonia Run. Esta es su experiencia.
«Llegué a la carrera con mucha confianza, me sentía preparada. Fuerte física y mentalmente. Estuve enfocada en esto durante meses y entrené como nunca. Muchas subidas al cerro, trote en plano, bicicleta, preparación física para fortalecer músculos, asesoría en alimentación, kinesiólogo y todo lo que pudiera ayudar. Pero igual había cierta incertidumbre porque sabía que por más que prepares siempre hay factores que no controlas, sobre todo en una carrera como los 84k de Patagonia Run. Por eso traté de imaginarme en todos los escenarios posibles: corriendo empapada, muerta de frío, embarrada hasta el pelo y con algunos porrazos encima. Escenarios que finalmente sí ocurrieron en esta carrera. A diferencia de las argentinas que llegaban perfectas de short o mini, me abrigué muy bien pero el frío era tan intenso que igual te congelaba sobre todo cuando parabas. Para pasar el frío me las imaginaba congeladas cuando íbamos pasando por medio de la pampa. No sé cuantos grados bajo cero habían…¡pero deben haber sido muchos! La carrera partió a las 1:30 am. Aunque gran parte de mis entrenamientos son de noche, jamás había corrido esa cantidad de horas y sin dormir. Eso era algo que me tenía un poco nerviosa pero a penas avanzamos un par de kilómetros me acostumbré. La noche se me pasó volando puede ser porque no sabía por dónde iba, lo único que veía eran las luces de algunos corredores y las cintas reflectantes que marcaban el camino, subía el cerro pero no sabía cuánto más era, bajaba y no me daba cuenta que tan fuerte era la pendiente, sólo corría.Cuando amaneció empecé a tomar conciencia del lugar, del paisaje que era espectacular…pasas por bosques, ríos, pampa, corres por el borde del lago, subes la montaña hasta que llegas a la nieve. Esos paisajes te emocionan y te recuerdan por qué te gusta tanto esto. Me fui casi todo el tiempo con otro corredor de mi equipo, eso me ayudó mucho, lo íbamos pasando bien, corriendo al mismo ritmo, conversando y apoyándonos. Hasta el kilómetro 50 no teníamos ninguna molestia, sentíamos que la carrera no era difícil a pesar de la oscuridad y el frío. Después de eso me empezó un dolor en la rodilla que de a poco fue empeorando hasta dejarme prácticamente inmovilizada de una pierna, tanto que era imposible correr en las bajadas. Cada corredor que me encontraba me ofrecía algo para el dolor y como no soy muy amiga de los analgésicos trataba de aguantarme hasta que no pude más y le rogué a un doctor que por favor me diera algo. Sacó una inyección: una para mí y otra para Gonzalo, mi partner de carrera que venía con el mismo dolor. Sólo lo hice porque no me entraba en la cabeza tener que abandonar, sobre todo cuando me quedaba tan poco. Ahora que lo pienso, no sé cómo logré llegar a la meta porque el dolor se hacía cada vez más fuerte. Recuerdo que la última bajada la hice sin doblar las rodillas bajando al estilo pingüino, me debo haber visto muy ridícula pero en ese minuto nada te importa, ya queda tan poco que corres como sea. A pesar de todos los dolores llegué contenta porque fueron muchas las horas en que corrí bien, sintiéndome fuerte y disfrutado la carrera. Cuando crucé la meta se me olvidó todo el sufrimiento, el dolor de rodillas, la inyección, el frío…ese momento fue de pura emoción y me di cuenta la increíble experiencia que había vivido».