Si hay algo en lo que soy buena, es en autoengañarme. Me cuesta mentirle al resto, además se me nota al toque, pero cuando se trata de mentirme a mi misma, pucha que me sale bien. Y lo hago sin intención, o al menos sin premeditación ni alevosía, pero cuando estoy entrenando y la cabeza empieza a flaquear, ¡pah! Sale un engañito, así con tanta naturalidad.
Cada una sabrá dónde y cuándo le aprieta el zapato (o la zapatilla), pero personalmente me ha pasado cuando me siento muy cansada y acorto la distancia que me toca hacer ese día, justificando con qué más da un kilómetro más o menos. Y todas sabemos que sí importa… O si no soy capaz de madrugar y me convenzo que lo haré en la tarde, cuando jamás he logrado salir a correr después del trabajo.
Acortar kilómetros, saltarnos entrenamientos, incluso maquillar un poquito nuestros ritmos y tiempos para parecer más pro ante el resto, son algunas de las clásicas mentirillas del running con las que nos autoconvencemos de algo que no es. Pero si lo han hecho, no se sientan mal ladies, el primer paso es reconocerlo, por eso yo les confieso mi pecado acá.
Así que a lo hecho pecho, y ya que hemos identificado el problema, ahora toca resolverlo. Por eso, la próxima vez que su cerebro las lleve por el mal camino del autoengaño póngale freno de una, y no dejen entrar la duda entre parar o seguir, entre levantarse o seguir durmiendo, y sobre todo, entre ser honestas o mentirse.
El running tiene logros y fracasos, y sobre todo exigencias, que evidentemente CUESTAN. Así que nada de seguir autoengañándonos, no tiene sentido, finalmente (la mayoría) no corremos para hacernos famosas ni para probable nada a nadie. ¿La clave? En mi caso, fortalecer mi autoestima y autoconfianza recordado qué es lo que me motiva a correr, por quién lo hago, y la respuesta es siempre la misma: por mi.