Siempre que me preguntan qué pienso mientras corro, mi respuesta es que depende si es entrenamiento o corrida. Y es que si es parte de la semana lo más probable es que piense en mi día, en los pendientes, en la canción que voy escuchando o simplemente converse con la amiga que estoy corriendo.
Sin embargo, cuando es una corrida, la creatividad mental explota.
Recientemente corrí la media maratón de Buenos Aires, y post 21k nos pusimos a comentar la carrera. Era en otra ciudad por lo que los típicos “viste al tipo que estaba en tal y tal” aparecieron, pero también me di cuenta de lo diferente que resulta una misma carrera para dos personas.
En qué pienso mientras corro kilómetro por kilómetro
Personalmente, cuál caballo de carrera, los primeros 5 kilómetros no miro y ni pienso. Voy muy concentrada en pasar corredores (para lo que tengo un don según mis amigas) y mi primer objetivo es elegir una liebre. Evidentemente esta persona no lo sabe, pero a mí me sirve para llevar el ritmo y concentrarme.
Elegido el señor de liebre ya puedo darle espacio a la mente para que piense en otra cosa. Y mientras miro de reojo a mi liebre, voy mirando a un grupo de runners que se llama River Plate Run Club, y mi pensamiento es si efectivamente el equipo de River les habrá dado permiso para usar el nombre.
O sin en Chile habrá un Colo Colo Runners. Le doy vueltas a algo que no tiene importancia, y así ya voy llegando al obelisco donde un botones de Hotel Intercontinental (creo que era ese), figura en la calle alentando a los corredores. Su ánimo es tal que todos los que pasan por ahí le responden con ovación.
Yo vi a los fotógrafos, las demás no los vieron. Todos minos, hay que decirlo. Y en esta ocasión fueron mi entretención mucho rato. Verlos pararse entre 20 mil personas, para después subirse a una bicicleta y pedalear por el costado, para volver a detenerse más adelante a la altura de los pies de los corredores, y así hasta llegar a la meta. No corren los 21k, pero viven su propia media maratón y desde una perspectiva muy diferente.
Como me suele ocurrir, más que mirar la ciudad, caigo en el fijarme en los corredores mismos. No puedo evitar el toc ‘hater’ de centrarme en aquellos que están demasiados abrigados o los que corren con mochila de trail. Este es como un momento de rabia, en el que también me estresa el que se cruza para tomar agua, el que se detiene, dejando la ‘patá’ hacia atrás y el que se te pega respirándote en la oreja con un ruido que pareciera ensordecer todo lo demás.
Miro el reloj y siento que lo miré hace una hora y no han avanzado los kilómetros.
Pero luego, la gente se empieza a cansar, y se produce una separación natural entre corredores y aquellos que se inscribieron solo por diversión. Se despeja la pista, y empiezas a pensar en lo que harás después. Es aquí donde ya hueles el desayuno y piensas que todavía tienes que volver a tu casa, ducharte, cambiarte y recién ahí poder disfrutar del premio más grande, que no es la medalla precisamente, sino la comida.
Y así cuando ya me empiezo aburrir, descubro que pasé a la liebre hace 9 kilómetros, ya no tengo al personaje respirándome encima, quedan dos kilómetros y miré poco la ciudad. Pasé por el obelisco, y la Casa Rosada. Me acuerdo de haber pasado corriendo por un peaje y que las terrazas en Argentina son chicas.
Fotógrafos minos, siempre se cruzará alguien a tomar agua y cumbia villera de fondo. La próxima vez que corra de seguro mis preocupaciones serán otras.