Ya han pasado casi 2 años y medio desde que corrí mi primera carrera oficial – con medalla – y por ahora sólo veo ventajas en este modelo de entrenamiento.
Acá van 5 de mis razones más potentes:
Compito conmigo misma
No me distraigo pensando en que voy lento si mi partner o grupo me pasaron o mirando hacia atrás si me adelanto. Al correr sola, solo me concentro en mí y en mi ritmo, y me voy autoexigiendo de acuerdo a cómo me siento.
Dejé de esperar
Cada vez que quedaba de juntarme a una hora determinada en un lugar para comenzar el entrenamiento, era la única que llegaba a tiempo. La espera de 15… 30 minutos, o más, sobre todo en invierno con frío, es un desagrado.
Puedo alternar rutas cuando quiero
Al principio siempre hacía las mismas rutas, hasta que fui probando nuevas alternativas, lo que lo hace más entretenido y además me mantiene más motivada. Al cerro, al parque, al casco histórico de Santiago, a la zona cero, no hay camino que no haya recorrido en el último tiempo, y quedan muchos más por conocer. Llevo siempre la tarjeta VIP por si llegué muy lejos – aunque nunca la he ocupado! – y plata en efectivo por si me falta agua.
He aprendido a escuchar a mi cuerpo
Corro con regularidad – promedio 5 veces a la semana – y he aprendido a bajar la intensidad cuando estoy cansada, y a exigirme más cuando sé que puedo más. Al principio corría como loca y eso me llevó a tener una sobrecarga de entrenamiento que me dejó out por 2 meses y con sesiones de kinesiología. Fue la mejor lección para poner más atención a mi cuerpo.
No hay excusa
Al correr sola, no tengo excusa para no salir. Las zapatillas y la tenida deportiva son parte de la maleta cuando viajo a ver a mi familia a Iquique, o me arranco a alguna otra parte. Donde esté, me motivo y salgo a sumar kilómetros.