No sabía si quería correr un primer maratón hasta que me di cuenta que viajar es una muy buena excusa para hacerlo. El 2018 corrí 21K en San Francisco y luego vacaciones a Hawaii.
Ahí me empecé a dar cuenta que la isla es el paraíso de los corredores (es el estado con más corredores per capita de EEUU) y en su capital Honolulu el que no corre es un bicho raro. No porque tenga un calendario de carreras ajustado, sino porque la ciudad está hecha para correr.
Tenía ganas de sentir un maratón y si esto era como en San Francisco había que repetirlo. Comencé a investigar uno para elegir una con algunos requisitos para amateurs: un lugar atractivo y donde idealmente que el factor tiempo no fuera lo más importante (que si me demoraba 7 horas, que no fuera la última en cruzar la meta o me descalifiquen por tiempo), encontré varias, pero elegí -más bien volví- a Honolulu.
Mi primer maratón: ¡nos vamos a Honolulu!
En febrero me inscribí, compré los pasajes y partí la preparación. Por temas de trabajo este año me tocó viajar mucho por Chile y ahí andaba siempre con las zapatillas puestas, disfruté corriendo en Arica, Torres del Paine y Huilo Huilo. Cuando faltaban dos meses para partir se me ocurrió volver a control médico por una extraña molestia en la rodilla (la misma que me había partido por la mitad, que me tuvo andando con muletas como por 6 meses y que me sacó de las pistas por un año completo casi).
Malas noticias: un edema que había que curar y sellar inmediatamente.
Así que 3 días antes del estallido social estaba entrando a la primera parte del pabellón. Le conté al doctor que iba a correr y me dijo que no me preocupara que lo podíamos sacar rápido, pero tenía que ser obediente para estar en la línea de partida el 8 de diciembre.
Al detalle médico hay que sumarle que la vida de todos cambió después del 18-O por lo que di por finalizado el entrenamiento alrededor del 20 de noviembre. Entre medio hice la segunda parte del ‘arreglo de rodilla’ con una vuelta pabellón y con eso debía estar lista para correr mis primeros 42K que tendría que hacer a un ritmo más lento de lo que había calculado.
Me subí al avión después de casi 24 horas de viaje y 7 horas de diferencia entre Santiago y Hawaii, comencé a tomarme las cosas con calma (eso lo aprendí de la corrida en Sanfran) descansé , reconocí el terreno, sobre todo la parte más dura de la corrida que es la subida y bajada al al Diamond Head y empecé a preparar la cabeza.
Mi primer maratón: Llegó el día…
La corrida comenzaba en la madrugada con más de 60 mil inscritos para lo que sería según el animador en la línea de partida una de las mejores maratones de los últimos 5 años ya que el clima sería perfecto.
Un inicio con fuegos artificiales y miles de gringos y asiáticos (sí, coreanos, japoneses y chinos que viajan exclusivamente al evento) agarrando puestos en sus corrales, daban el pie a la partida por el área urbana de Honolulu a las 5 de la mañana y casi a las 7 me encontré de frente con el amanecer en el cráter del Diamond Head, ya llevaba más de 12Kms y mi estrategia era no cansarme, disfrutar y guardar las energías para el final.
Entre el 15 y el 25 fue lo más entretenido porque recibíamos todo el apoyo de los hawaianos: el gatorade que sacaban de sus casas, las ducha con mangueras de los vecinos que se animaban a salir de sus casas a hacer barra, entre medio pasamos un par de colegios que tenían en la calle sus bandas escolares (del mismo estilo de las películas). De ahí al 30 uno no se da cuenta, salvo porque empiezan a aparecer algunos dolores, en mi caso el cuello y los hombros, pero seguía corriendo y a partir del 38 todo era nuevo y mucho más largo de lo que parecía, sentía que no avanzaba, intentaba pensar en lo que iba a hacer al día siguiente, en lo que iba a comer después en mis amigos y en todos los que alguna vez me dijeron que estaba loca por intentar correr 42.
Del 39 al 42 era infinito, incluso me dio ataque de risa por vivir realmente lo que es “la última milla”, mis piernas se animaron y corrí lo más rápido que pude. Terminé llorando en la meta pasadas las 6 horas y mientras alguien me ponía un collar de conchitas y una medalla, a lo lejos se sentía que me decían You did a great job!
Y sí, fue un great job en un poco más de 6 horas, donde cada KM fue un homenaje a mi misma, ya que aprendí que correr 42k no es solo los kilómetros exclusivos del circuito, sino también es ponerse una meta, armar una rutina, cambiar hábitos y trabajar para sentir esa extraña sensación que estamos vivos mientras están ahí y que valió la pena todo lo que hiciste para convertirse en finishers.