Esperé este maratón con ansias. No era primera vez corría 21K, pero sí la primera en que iba a participar en una corrida TAN masiva (fueron más de 28.000 personas) y además ahora me había propuesto hacer un tiempo. Todo mi plan se funó hace unas semanas por un esguince que me obligó a parar. Lloré a mares en la consulta del doc cuando me dijo que veía poco probable que alcanzara a recuperarme para MDS, pero me esperancé en la idea de que si me cuidaba bien, ese día mi patita -ultra vendada- se la iba a poder. Ahí aparecieron mis sabias amigas y compañeros de trote: “carreras habrá muchas, ¡¿para qué te vas a #$%0 más el tobillo?!” Tenían razón, así resignada guardé las zapatillas y me dediqué mateamente a hacer kine.
Llegó el 3 abril y aunque sabía que me iba a dar pena, con mi partner Sole Hott –también en la banca, por una periostitis – partimos de ‘apoyo en ruta’, que en términos simples quiere decir a gritar como locas. Pancartas en mano, nos pusimos estratégicamente en los últimos kilómetros de la corrida (18 de distancia 21 y 39 de distancia 42), para dar ánimo cuando las piernas y la cabeza empiezan a flaquear. Se sumó otro amigo ( Alejandro Palma) y entre los 3 unimos fuerzas para motivar a quienes ya no tenían tantas.
Esta vez nos tocó estar en la vereda, y de espectadoras durante varias horas vimos de todo: corredores muy concentrados y con un ritmo impecable, otros que iban apenas pero que igual sonreían cuando leían nuestro cartel “No queda nada, ¡PÍCALA!”, papás con coches, gente disfrazada, familias corriendo juntas, amigos que se acompañaron de principio a fin, varios acalambrados y uno que otro que guatió en el camino o DNF (Did Not Finish, según me enseñó la Sole). Por supuesto, hicimos escándalo cada vez que pasó alguien de nuestro equipo RunClub y a nuestras amigas sólo nos faltó hacerles el koala de la emoción.
Formar parte de la hinchada de MDS fue un privilegio, uno que claramente no hubiese elegido, pero que ahora agradezco. Ver a miles de corredores -ultra pro y amateurs- cumpliendo sus metas fue de los escenarios más inspiradores a lo que me ha enfrentado el running (¡en serio!). Desde nuestra galucha en pleno Andrés Bello prometí hacer mi primera maratón el próximo año, me convencí aún más de qué me conquistó de correr y entendí que no se trata solo de sumar kilómetros.
En esta Maratón de Santiago con la Sole no ganamos medalla, pero sí miles de sonrisas y besos en el aire, y solo por gritar “¡vamos, queda poco!”. Ojalá en la próxima haya alguien gritando por nosotras, porque como dicen las chiquillas, carreras habrá muchas, y ésa si o si la corremos.