Quizás por cobardía o por no querer comprometerme con un entrenamiento tan mateo, todavía no me atrevo con mi primer maratón. Siempre digo “el próximo año”, pero no… aún no llega el momento. Aunque no he corrido mi primer maratón, este fin de semana tuve la suerte de correr un pedacito, y de sentir parte de esa increíble emoción.
Un amigo se motivó para hacer su primer maratón (la Zürich Marató de Barcelona), y en un asado, donde justamente celebrábamos que habíamos terminado la Media Maratón de Barcelona -y cuando Feli todavía no estaba muy convencido de correrla- se nos ocurrió ofrecerle nuestra compañía para convencerlo de no desertar. Tenía que correr, y nosotros nos encargaríamos de apoyarlo en la ruta. Seríamos 4 ‘liebres’ de compañía, que teníamos que sumar los 42 kms de la carrera. Con un salud sellamos el compromiso, y a los días creamos nuestro grupo de Whatsapp “Felitón! Cada KM cuenta” (ahí si que ya no había vuelta atrás).
Primer maratón: ¡comenzamos!
La cosa no fue improvisada. Nos pusimos mateos y cada uno se comprometió a entrenar al ritmo promedio que llevaría nuestro corredor estrella para no atrasarlo. Luego vino dividir los tramos: con mapa en mano fijamos los puntos donde cada uno haría el relevo, con la hora estimada a la que pasaría Feli. La noche anterior a la carrera hicimos juntos la carga de carbohidratos y repasamos uno a uno los puntos de encuentro y horas de relevo, tal cual estuviésemos planeando una estratégica misión policial.
Nacho lo agarró fresquito en el km 5, así que se llevo la parte conversada y cuando el Feli todavía tiraba tallas. Luego fue el turno de Cris, el responsable de cargar a nuestro corredor de energía a punta de ‘¡vamos weón, vamos!’ (y el hombre tiene pulmones). En el km 22 lo tomé yo, ya más cansado, con algunos dolores, pero emocionado y todavía con pilas, y lo dejé con el Seba, su mejor amigo, en el km 32. Al Seba le tocó acompañarlo en el ‘muro’, darle la fuerza que las piernas ya no le daban, arrastrarlo un par de kilómetros y sacar lo que le quedaba de energía. Nuestro plan funcionó perfecto, y a los 4 que nos metimos a la carrera, se sumaron varios amigos desde la vereda en la ruta, y por supuesto, en la meta.
A Feli le costó más de lo que pensó. Supongo que para cualquier maratonistas debutante el desenlace de la carrera es un misterio, y así fue. Pero la terminó, cruzó la meta con una bandera de Chile en la mano y sus amigos gritando a todo pulmón. Fue su maratón, pero también fue nuestra, y mientras celebramos su gran triunfo con un asado en el mismo lugar donde nació nuestro plan maestro me convencí nuevamente de que esto es lo que conquista del running; el compañerismo, el apoyo de los amigos y de los desconocidos, hacer del logro de uno, la alegría y emoción de todos. Feli corrió su primer maratón y nos regaló a sus cuatro ‘liebres’ un pedacito de este desafío, kilómetros a los que los 5 le pusimos mucha pierna, pero sobre todo corazón.