Soy porfiada, lo reconozco, y tengo claro que si fuese parte de un club o grupo de running mejoraría mis tiempos y resultados, pero es justamente la libertad que me da correr sola lo que más me gusta.
Yo decido cuándo, cuanto y donde. Ya llevo más de dos años corriendo con regularidad – promedio 5 veces a la semana – y he aprendido a escuchar mi cuerpo. Bajo la intensidad cuando estoy cansada, me exijo más cuando se que puedo dar más, y alterno las rutas y kilómetros para que no se vuelva aburrido.
He tenido un par de lesiones por sobre-entrenamiento – al principio corría como caballo desbocado – , también una caída bastante fea que me dejó fuera de las pistas casi un mes, pero son cosas que pasan y nos las atribuyo a correr sola o acompañada.
He participado de algunos entrenamientos grupales, pero pierdo absolutamente la concentración: empiezo a fijarme en los demás, que si alguien se quedó atrás, que si alguien me pasó, y al final deja de ser “mi momento”.
Nunca me he sentido insegura ni he tenido alguna mala experiencia en ese sentido, me cuido de los caminos muy oscuros o solitarios, siempre busco a alguien que vaya un poco más adelante, y la música la pongo a un volumen moderado para estar alerta. Y me ha funcionado.
Mi gran meta es correr una maratón completa, y se que para ese desafío voy a tener que cambiar mi sistema de entrenamiento y tener un guía. Pero por ahora, voy a seguir disfrutando de correr sola, sin presión, mi libertad con zapatillas.