Amaba la música para correr. Pero hace un par de días participé de la corrida Soy Providencia. Como siempre, llevaba todo mi kit listo, entre lo que se encontraba mi ipod que ya está viejito pero se mantiene fiel. A menos de 1 minuto de la largada le pongo play y cuec, muerto.
Traté de ver que pasaba, encender y apagar, pero ya se acababa el minuto y decidí olvidarme, concentrarme en lo que se venía y partir sin música los próximos 10 k.
Al principio me costó, pero de a poco le fui agarrando el gustito y debo confesar que me entretuve más que en otras carreras. Le puse más atención a mi respiración y al cómo iba avanzando, lo que me ayudó a ‘escuchar’ de verdad mi cuerpo.
Pero lo que más me gustó fue sentir el entusiasmo grupal. Escuchar a un grupo de amigos motivarse, chicas cantando, un señor que le decía a su amigo – ambos iban en la carrera –: “Ya pues Miguel, ya vamos en el kilómetro 6, cómo no vamos a llegar a la meta”, y así, muchas situaciones en el camino que me sacaban sonrisa al ir avanzando.
Y lo mejor vino al final: el empujón que me motivó al 100%: dos abuelitas instaladas en un balcón de una de las pocas casas que debe quedar en Pocuro, gritándome a todo pulmón: “Dele hijita, dele con todo, si ya va llegando”.
Así es que les hice caso, aceleré y crucé la meta una vez más, feliz, pero esta vez con el Ipod en off.