En agosto del año pasado tuve mi primera ‘no llegada a la meta‘. Me demoré en escribir esto porque en verdad me ha costado procesar ese momento.
Fue así: iba por Tobalaba en el kilómetro 13 de la Asics Golden Run y literalmente me fui de cabeza al suelo. Perdí el equilibrio, fui totalmente incapaz de controlar mi cuerpo y me azoté en el suelo.
Mi primera reacción fue pararme y seguir, para perder el menor tiempo posible en el ‘impasse’, pero dos verdaderos héroes que se detuvieron a ayudarme me hicieron recostar en el antejardín de un edificio, y ahí recién me di cuenta que era imposible seguir: tenía heridas en las piernas, brazos, frente y boca, no podía dar ni medio paso, y un hilito de sangre corría por mi cara.
Se quedaron conmigo hasta que llegó la ambulancia. Uno se subió conmigo ya que no quería dejarme sola. Ni siquiera sé cómo se llamaba. En el box de emergencia me atendieron, me curaron las heridas y me fui con reposo a la casa, adolorida, coja y bien machucada.
Y con una pena inmensa. Con los días los golpes se pusieron más feos, aparecieron moretones y chichones horribles. Por suerte no perdí un diente o me fracturé algo. Estuve 30 días out de las pistas.
¿Qué me pasó? No tendo idea, ya que no quise ir al doctor y menos hacerme un chequeo (soy porfiada). Lo más probable es que haya sido una baja de azúcar. Ese domingo AM no me sentía bien, y había comido pésimo toda la semana, pero bajo mis parámetros estaba totalmente descartado no ir a la carrera.
Desde ese día aprendí a escuchar a mi cuerpo. Bajé la intensidad, dejé de correr como caballo desbocado, comencé a meterme menos presión, y a disfrutar cada kilómetro, sin pensar en el ritmo al que voy, ni si estoy rindiendo más o menos. Sólo a correr, desconectarme y disfrutar.